Ambos sabíamos que aquello iba a acabar en algún momento,
más temprano que tarde. Nuestro estilo de vida condenaba cualquier relación a
la temporalidad. Aquello era así, llevaba siendo así mucho tiempo, y lo
aceptábamos.
Construimos un pequeño mundo entre las paredes de tu habitación
amarilla. Quizá no nos dimos cuenta en aquel entonces. Tú y yo y las drogas mezclados
hasta volvernos uno, creando una extraña realidad que solo nosotros éramos
capaces de comprender. Nos tocábamos, nos sentíamos, nos fundíamos. Los únicos
momentos en los que llegué a conocerte, a amarte de verdad, fueron entonces.
Un instante antes del orgasmo, o ese frágil
momento en el que la heroína te dilataba las pupilas y tú me mirabas. Entonces
eras mía, y yo tuyo, por una lenta fracción de segundo. Y todo fue mucho más
intenso porque sabíamos que iba a terminar en cualquier momento. La vida nos
envenenaba y nosotros respondíamos mezclando nuestras risas y sudores.
Fuimos efímeros, pero entre tus sábanas creamos la
eternidad.
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