miércoles, 18 de julio de 2012

Tonight the streets are ours.


Recorres mi piel con la seguridad de quien camina por un sitio conocido y confortable. Tu aliento me envenena y cura en la misma cálida expiración. Jugamos a querernos, a construirnos, a destrozarnos. Te vas, a otras camas y otros juegos. Vuelves. Las estaciones de mi corazón pasan a tu ritmo, implacables agujas en el reloj de tus ausencias. Y de tus presencias. También de tus presencias.
A veces quisiera abrazarte tan fuerte que mis costillas se fundieran con tu piel y no pudiéramos separarnos jamás. Eres la mañana soleada de un domingo, la banda sonora de una peli magistral, el vacío debajo de la manta, la lágrima furtiva en el silencio.
Cerca, siempre cerca, pero nunca lo suficiente.

domingo, 1 de julio de 2012

A natural disaster


Acordaron encontrarse en el ático de él. Ella accedió presurosa, a pesar del enorme desplazamiento que ello le implicaba, loca de ansias y curiosidad. Él pensó, perezoso, que al menos no tendría que moverse, y si la chica daba la talla lo mismo podía llevársela a la cama.
Era la primera vez que en su periódico le daban una entrevista de cierta importancia y se propuso prepararla bien. Estuvo pensando durante días qué preguntarle y el día de la cita se levantó nerviosa, se duchó, ocupó un sillón en su peluquería favorita y tardó en maquillarse el doble de lo normal. La única concesión que le hizo él a aquel encuentro fue bajar a comprar bebidas, por si quería tomar algo, y recoger un poco su apartamento. La muchacha llegó media hora antes por los nervios y tuvo que estar esperando fuera hasta que llegó la hora justa.
Le abrió con el pelo revuelto y su mejor sonrisa, lo que acrecentó aún más su nerviosismo. Él tenía experiencia en manejar fans histéricas y la condujo con suavidad, como a un gatito particularmente asustadizo. La conversación fue informal y se condujo con relativa fluidez hasta que ella reparó en el tatuaje de su muñeca.
-¿1984? ¿Es la fecha del nacimiento de alguien querido para ti?-preguntó.
Él se quedó mirándola, sorprendido.
-No, es por el libro.
-¿Qué libro?
-El de Orwell.
-Pues no lo he leído. ¿Es actual?
A partir de entonces fue como si habitaran en mundos distintos. Se terminó la conversación informal, las bebidas no salieron de su hueco en el armario, y él le dio las mismas respuestas que había contestado en mil entrevistas antes de esa, sin hacer ni siquiera el esfuerzo de fingir que las pensaba por primera vez. Se separaron finalmente con dos besos rígidos, él imbuido en un bohemio desprecio y una profunda melancolía hacia todo y todos, y la chica, que era iletrada pero no tonta, pensando que podía ser maravilloso en las letras de sus canciones, pero en la vida real era un auténtico gilipollas.