Acordaron encontrarse en el ático de él. Ella accedió
presurosa, a pesar del enorme desplazamiento que ello le implicaba, loca de
ansias y curiosidad. Él pensó, perezoso, que al menos no tendría que moverse, y
si la chica daba la talla lo mismo podía llevársela a la cama.
Era la primera vez que en su periódico le daban una
entrevista de cierta importancia y se propuso prepararla bien. Estuvo pensando
durante días qué preguntarle y el día de la cita se levantó nerviosa, se duchó,
ocupó un sillón en su peluquería favorita y tardó en maquillarse el doble de lo
normal. La única concesión que le hizo él a aquel encuentro fue bajar a comprar
bebidas, por si quería tomar algo, y recoger un poco su apartamento. La
muchacha llegó media hora antes por los nervios y tuvo que estar esperando
fuera hasta que llegó la hora justa.
Le abrió con el pelo revuelto y su mejor sonrisa, lo que
acrecentó aún más su nerviosismo. Él tenía experiencia en manejar fans
histéricas y la condujo con suavidad, como a un gatito particularmente
asustadizo. La conversación fue informal y se condujo con relativa fluidez
hasta que ella reparó en el tatuaje de su muñeca.
-¿1984? ¿Es la fecha del nacimiento de alguien querido para
ti?-preguntó.
Él se quedó mirándola, sorprendido.
-No, es por el libro.
-¿Qué libro?
-El de Orwell.
-Pues no lo he leído. ¿Es actual?
A partir de entonces fue como si habitaran en mundos
distintos. Se terminó la conversación informal, las bebidas no salieron de su
hueco en el armario, y él le dio las mismas respuestas que había contestado en
mil entrevistas antes de esa, sin hacer ni siquiera el esfuerzo de fingir que
las pensaba por primera vez. Se separaron finalmente con dos besos rígidos, él
imbuido en un bohemio desprecio y una profunda melancolía hacia todo y todos, y
la chica, que era iletrada pero no tonta, pensando que podía ser maravilloso en
las letras de sus canciones, pero en la vida real era un auténtico gilipollas.