Recorres mi piel con la seguridad de quien camina por un
sitio conocido y confortable. Tu aliento me envenena y cura en la misma cálida
expiración. Jugamos a querernos, a construirnos, a destrozarnos. Te vas, a
otras camas y otros juegos. Vuelves. Las estaciones de mi corazón pasan a tu
ritmo, implacables agujas en el reloj de tus ausencias. Y de tus presencias.
También de tus presencias.
A veces quisiera abrazarte tan fuerte que mis costillas se
fundieran con tu piel y no pudiéramos separarnos jamás. Eres la mañana soleada
de un domingo, la banda sonora de una peli magistral, el vacío debajo de la
manta, la lágrima furtiva en el silencio.
Cerca, siempre cerca, pero nunca lo suficiente.
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