miércoles, 28 de diciembre de 2011

Was dich so verändert hat.


Caminaba deprisa para escapar del frío de la noche de diciembre. Volvía de casa de su amiga, de estudiar para los exámenes que pronto tendrían que afrontar. Su aliento se condensaba al expirarlo y formaba vapor blanco, que ella disfrutaba con un entusiasmo casi infantil. Pensaba en el colacao caliente que tomaría en casa antes de ir a dormir, para quitarse el frío de entre los huesos. Durante años no pudo dejar de pensar en ese colacao, que pasó a simbolizar el último instante de su inocencia.

Estaban apoyados en los coches del aparcamiento, entre las sombras, y por eso al principio no los vio. Ellos sí.  El líder la señaló con la cabeza a los demás, que sonrieron con aprobación y se dispusieron a acorralarla.

Salieron de no se sabía dónde, y de repente estaba rodeada y le habían quitado el bolso de un tirón y tenía la boca tapada para que nadie la oyera chillar. Se revolvió, luchó. Logró apartar a golpes al chico que le había agarrado las manos, que parecía más joven que los demás, pero otro le sustituyó en seguida y la atenazó con el doble de fuerza.

La tumbaron en el suelo entre risotadas, mientras el resto del grupo, unos cuatro o cinco, miraba. El cabecilla le bajó los pantalones con dificultad, puesto que ella no paraba de revolverse presa de un histerismo desesperado. La muchacha llevaba puestos unos pantalones de pijama debajo de los vaqueros para protegerse del frío, lo que divirtió mucho a sus agresores. Se los arrancaron también.

Esos pantalones de pijama. Eran amarillos y tenían dibujos de ovejitas. Al chico le parecieron muy similares a unos que usaba su hermana. Tenía el estómago revuelto y temblaba desde el principio, pero esos pantalones fueron más de lo que podía soportar. Llevaba solo un mes en el grupo y al principio le había parecido divertido. Robar en tiendas, destrozar coches Le encantaba sentir que formaba parte de una fuerza tan poderosa. Pero esto no. Esto no. El chaval se inclinó y vomitó.

-¿Estás bien?-le preguntó uno de sus colegas.

Él negó con la cabeza, hizo un gesto de despedida y se marchó corriendo.

Ante la imposibilidad de resistirse físicamente, la chica había comenzado a sollozar y rogar. El hombre, sin apiadarse ni un ápice, seguía desgarrándola, rompiéndola, invadiéndola y  masacrándola. Una y otra vez.

Dejó de llorar y suplicar. Sus ojos miraban a algún punto en el cielo, toda ella parecía ajena a lo que estaba sucediendo. Solamente su cuerpo permanecía allí. Ella no. Ya no.

Después, todo terminó. El hombre se levantó y se abrochó los pantalones, él y sus cómplices se marcharon. La muchacha se quedó tumbada en el suelo, sin ser consciente del frío, o de los fluidos ajenos que la contaminaban.

Alguien se agachó a su lado y comenzó a limpiarla, con torpeza y cierta ternura. El chico que le había sujetado los brazos, que después se había marchado corriendo, estaba allí de nuevo. Le colocó con gesto indeciso el abrigo sobre los hombros. La chica no reaccionaba. Se puso en pie y le tendió la mano para ayudarla a levantarse.

-Vamos-le dijo con voz suave-. Te acompañaré a casa o al médico o lo que quieras.

Mirándola así, a la luz de la luna, se dio cuenta de que no era especialmente bonita, si bien tampoco era fea. Por qué ella, se preguntó. Por qué precisamente ella.

Recogió su bolso y todas sus cosas y volvió a tenderle la mano.
-Vamos-repitió, con dulzura.               

Ella le devolvió una mirada entre ausente y desconcertada. Permaneció mirándole así tanto tiempo que el muchacho pensó que se le rompía el corazón.

Ya no había luz en sus ojos.                                       

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