domingo, 18 de diciembre de 2011

Anesthetize.

Había ruido, allí, en ese bar que parecía igual que todos los bares del planeta.

Todo estaba lleno de familias con niños que pedían tartas de chocolate y batidos para los pequeños y cafés para los mayores, y de jóvenes que tonteaban fingiendo desinterés, como si no estuvieran deseando terminar esa copa de un trago y tenderse en cualquier parte y copular, porque Yo Soy Supremo y es necesario que sufras antes de tenerme.

Mi bebida de la semana era vodka con melocotón. Otras semanas le tocaba al vodka con piña o con limón o con granadina o con naranja. El ron era solo para las ocasiones especiales. Bebí un trago y seguí observando.

Toda aquella gente vivía en nombre del amor. Todos lo buscaban, creían encontrarlo, lo precintaban, lo empaquetaban y lo metían en pisos de sesenta metros cuadrados con parquet de madera y azulejos en la cocina. Todos le decían como debía comportarse. Lo limitaban a una estricta rutina de supermercados, actividades extraescolares y cine los domingos.

Todas esas personas sabían cómo acababa el cuento. Esa chica de minifalda no volverá a llamarte después del polvo. El chaval rubio te pondrá los cuernos en el sexto mes de relación, y los niños, ah, los niños crecerán, tendrán sus vidas y te dejarán olvidado junto con una pareja que ya no te llena porque lleváis haciendo lo mismo durante cincuenta años. Acallarás tus deseos de vivir, de probar otras personas, otras cosas, otros lugares, porque podrías darte cuenta, si escarbas demasiado, de que no eres feliz.

Pero eso no les pasa a ellos. Están convencidos de poder escapar de ese destino. Pablo nunca me haría eso, con lo que me quiere. Laura es la mejor hija que podrías desear, no me dejaría. Eso solo les ocurre a otros.

Hasta que te ocurre a ti.

Terminé mi vodka y pedí otro. Iba a ser una noche muy larga.

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