La mujer le observaba mientras la música inundaba la sala.
Se había casado con ese hombre hacía tanto tiempo que le costaba recordar
cuánto, y sin embargo le parecía un auténtico desconocido. Sus dedos rozaban el
piano con una dulzura que nunca habían mostrado al acariciarla a ella. Tenía
los ojos cerrados, se abandonaba en un gesto extasiado, en una entrega que a
ella nunca le había sido concedida. Su boca carecía de ese gesto severo que
solía adornarla, y parecía casi amable.
Habían pasado años hasta que se habían dado cuenta, ambos,
de que nunca le había pertenecido. De que ella había sido siempre solamente
suya.
Ahora ya era demasiado tarde.
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