viernes, 2 de marzo de 2012

Forever lost.

Está en el ejecutivo de traje de 3.000 dólares que mira con desprecio a la ecuatoriana que limpia el baño, aunque sin olvidar recrearse con la visión de sus hermosos y firmes pechos.
Vive en la chica que elige comprarse unos pendientes caros en vez de sentarse a reflexionar por qué se siente tan vacía, tan carente de personalidad, cuando no tiene novio.
Consume el alma de los políticos que condenan a niños a estudiar en barracones inundados para poder comprarse un coche de lujo, un bolso de marca o el alma de otra persona.
Habita con disimulo, casi sin llamar la atención, en esos padres que le compran a su hijo un juego para la Play en vez de un libro de cuentos porque asi no molesta tanto.
Y en las miradas de aquellos que condenan, o siquiera resaltan, a dos hombres que caminan de la mano. Que se besan. Que se aman.
Y en pequeños de once y doce años cuya infancia se consume entre sus dedos en forma de cigarrillo.
Y en el antidisturbios que destroza su moralidad y el cuerpo de una chica de dieciséis años de la misma patada.
Y en todos aquellos que desprecian a los ancianos con la misma palabra hiriente, viejo, o con la misma frase, estos ya no son tus tiempos, valorando el desgaste más que que la experiencia.
Y en esas personas que cierran los ojos a todo esto, bajo la excusa de que no se puede hacer nada, porque es más cómodo vivir sin ver. A corto plazo, siempre a corto plazo.
Está  en mí. Y en ti.
Es la miseria humana, más miserable por ser humana, más inhumana por ser miseria. Es la negación de la sensibilidad, de la inteligencia, de la belleza, promesas electorales que el ser humano esgrimió para legitimar ante sí mismo su dominación brutal sobre el planeta.
Si hemos perdido eso, ¿qué dignidad nos queda? ¿Qué motivo para continuar existiendo?

2 comentarios:

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  2. ¿Qué nos queda? Nos quedan la esperanza, la rabia y los sueños. Nos queda la posibilidad.

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