miércoles, 8 de mayo de 2013

Sleep



Las luces del plató se apagaron con un chasquido melodramático. Se colocó en el centro, a oscuras, y respiró el silencio. Y soñó. Soñó con una fama que ni sus genes ni sus habilidades  habían sido capaces de brindarle. Fantaseó con chicas guapas, con coches caros. Con poder mirarse al espejo por las mañanas.
Sus labios entonaron en el camino hacia el tren alguna melodía que su memoria consciente no acaba de ubicar. Jazz, probablemente. Su leche y su música fueron los dos grandes regalos que su madre le hizo al llegar al mundo.  Le compró su primer saxofón a una edad indecentemente temprana, y él quiso satisfacerla, lo ansió con toda su alma.

Las puertas del metro se cerraron detrás de él y tomó asiento, paseando una mirada distraída por entre los demás viajeros y preguntándose vagamente por qué esa mujer le resultaba familiar.
 Los  años fueron demostrándole que carecía de talento. Pero ella seguía repitiéndole, con cariño y una fe casi dolorosos, que sería el próximo John Coltrane. Y él se soñó John Coltrane hasta que un día se dio cuenta de que no iba a serlo nunca, de que las ilusiones de su madre eran vanas y desorbitadas, y las suyas aún peores, por resignadas y conformistas.

De repente su mente hizo la conexión. La mujer de pelo moreno era su ex novia del instituto. Tenía veinte años y kilos más, pero no cabía duda de que era ella. Miraba al infinito con expresión exhausta. Su primer impulso fue ir a saludarla, pero después decidió aprovechar esta exquisita ocasión para observar sin ser visto. Su dedo estaba decorado con una alianza dorada, muy a juego con las bolsas oscuras que circundaban sus ojos. Apostó consigo mismo la existencia de dos hijos, como mínimo. Su cintura estaba ensanchada, muy distinta de la cinturita de avispa que sus manos habían acariciado miles de veces, hacía tanto tiempo ya que tuvo que recurrir a toda su fe para creerlo.

Se fijó en la camiseta de ella. Mostraba una fotografía de una chica joven, con los brazos llenos de tatuajes, un montón de piercings y expresión sensual. Sin duda, se le ocurrió, era un símbolo de libertad. Seguro que su antigua amada quería ser así. Su camiseta era el icono de todo lo que ella quería lograr en la vida. Pensó, de nuevo, en acercarse a saludar, pero ¿qué le iba a decir? ¿Que había abandonado el saxofón por la escoba? ¿Que nunca llegó a ser nada más que un conserje? ¿Que sus giras mundiales se vieron reducidas a paseos a la panadería de la esquina?

Repentinamente un detalle llamó su atención. La chica de la camiseta llevaba unas mangas que simulaban ser piel tatuada. No eran de verdad.

El icono de libertad, pensó, había resultado ser una farsa. Qué irónico. Y qué adecuado. Pensó en decírselo. Saboreó la absurda posibilidad de destruir la vida de otra persona, la sensación de tenerla en sus manos.

Después se bajó del tren. Y cuando oyó el definitivo ruido de las puertas al cerrarse detrás de él, supo, de alguna manera, que al salvarla también se había salvado un poquito a sí mismo.

No hay comentarios:

Publicar un comentario